Eran sentimientos encontrados los que
experimenté aquel día. Cuando nació la Murga Migratoria nos dijeron que nos
presentaríamos en la Fiesta de las Migraciones, inconscientemente sentía como
que ese día era el fin, era como una especie de duelo, luché contra ello.
También pude verificar que yo no era la única que sentía algo similar, más de
uno me preguntó y pude escuchar cómo se preguntaban:
-Che, nos presentamos hoy y ¿qué onda? ¿no
venimos más?
Traté de sacudirme todo ese pensamiento,
abrí los brazos y me lancé desde lo más alto a vivir la experiencia. Decidí vivir
un día a la vez.
Novedades logísticas nos llevaron a un
lugar donde habitualmente ensayan los integrantes de la murga que nos acompaña
en este proceso de aprendizaje, no nos preparamos para la presentación donde siempre
ensayamos. Era una especie de club familiar, donde hay una cancha de basket,
otra parte de las instalaciones que estaban en reparación, también había un depósito
con máquinas de musculación, donde estaba una heladera llena de cervezas, con
una identificación que clara y tajantemente decía “Murga”, la que nos enseña,
no nosotros. En ese lugar improvisamos un set de maquillaje.
Los muchachos que tienen años de
experiencia nos dijeron que si la presentación era alrededor de las 16:00,
deberíamos empezar a maquillarnos a las 10:00, a ninguno le creímos y no les
hicimos caso. Natacha, una compañera venezolana, se encargó de tan ardua tarea,
al menos cuatro personas debieron prestarle ayuda. Los muchachos tenían razón.
Aquello fue una producción en serie, una delineaba, la otra rellenaba los
colores, mientras cada uno de nosotros nos aplicábamos la base blanca.
El
maquillaje fue hermoso y simbólico, cada quien llevaba en sus ojos la
bandera de su país.
Mientras me aplicaban todo ese color en mi rostro, me puse a repasar el pasado. Pensé cuando vi una murga por primera vez, por tv en Venezuela, el tema de moda en aquel momento era la despenalización del consumo de marihuana. Recordé lo mucho que me cautivó como cantaban y se maquillaban, ni soñaba yo que algún día viviría en Uruguay. Luego vino a mi mente una conversación que tuve con alguien en mi ultimo trabajo, le comenté que me gustaría participar en una murga, me dijo: “hay talleres, pero no creo que puedas, la murga es muy nuestra, no aceptamos extranjeros”, yo le creí con mucha resignación. Finalmente recordé ese primer día en la ONG Idas y Vueltas… ¡Qué largo se me hizo este camino!
Mientras me aplicaban todo ese color en mi rostro, me puse a repasar el pasado. Pensé cuando vi una murga por primera vez, por tv en Venezuela, el tema de moda en aquel momento era la despenalización del consumo de marihuana. Recordé lo mucho que me cautivó como cantaban y se maquillaban, ni soñaba yo que algún día viviría en Uruguay. Luego vino a mi mente una conversación que tuve con alguien en mi ultimo trabajo, le comenté que me gustaría participar en una murga, me dijo: “hay talleres, pero no creo que puedas, la murga es muy nuestra, no aceptamos extranjeros”, yo le creí con mucha resignación. Finalmente recordé ese primer día en la ONG Idas y Vueltas… ¡Qué largo se me hizo este camino!
Por fin, estuvimos casi todos maquillados.
Luego vino el momento de ponernos los trajes y sombreros, eran grandes,
pesados y calurosos, el sol era inclemente. El vestuario había sido usado
por otra murga hace un tiempo, era hermoso. Para la cultura venezolana
estábamos vestidos como de “Dama Antañona”. No sé cuántas fotos tomé, tengo cientos
de ese día, toda nuestra metamorfosis contada en imágenes.
No sé si era por los nervios, o por otra
razón, pero nuestra presentación era al rededor de las 16:00 horas y todavía no
habíamos salido, nos disponíamos a ensayar un poco, en incluso los muchachos de
los instrumentos musicales aún se estaban maquillando. Aquella gente relajada, mientras yo me quería comer los codos de la angustia.
Finalmente, nos fuimos. El desorden y la
indisciplina que teníamos en ese transporte era de gran proporción, uno más
mala conducta que el otro. Menos mi querido amigo del Congo, Efuka, que iba
disciplinadamente repasando la letra. Cuando llegamos al lugar, el conductor
nos dejó a una cuadra de distancia y quería pisar el acelerador rapidamente, consiguió otros pasajeros ahí mismo. Hago reconocimiento público a la paciencia de este noble conductor.
Llegamos, ya no nos quedaba más que cantar... eso creía yo.
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